miércoles, 6 de octubre de 2010

Cinco pistas para imaginar una ciudad

(Acerca de una política pública de desarrollo cultural)

Por: Juan Camilo Jaramillo

Que la ciudad, por su propia índole pública y colectiva es un lugar de comunicación, es una verdad axiomática y un asunto sobre el cual han reflexionado teóricos, intelectuales y artistas, con marcado énfasis en la segunda mitad del siglo pasado, motivados por el arrollador, caótico y desordenado pero siempre inquietante y provocador crecimiento de las grandes urbes.

La de la comunicación es una dimensión que abarca múltiples planos de la ciudad, que van desde su trazado físico y arquitectónico, hasta su infraestructura mediática tanto masiva y comercial como comunitaria, la diversidad y complejidad de actores que participan de su esfera pública, la robustez o debilidad de sus contra públicos (Frazer, 1997), la densidad o dispersión de su tejido social y sus redes o la forma de actuación y de manejo de la información de sus instituciones públicas y privadas.

Las múltiples instancias que hacen la vida cotidiana en la ciudad mantienen un animado e incesante intercambio de símbolos, mensajes y contenidos, que hace parte de y a la vez interviene la cultura que la habita en su compleja retícula de estratos, niveles, grupos y tribus. Prácticamente todas las manifestaciones de la vida colectiva tienen su referente o su manifestación en expresiones comunicativas, la ciudad habla permanente a sus habitantes, a través de ellos y entre ellos, como lo hacen en el nivel masivo los interlocutores de la propaganda, el marketing, la publicidad y el discurso mediático.

El semiólogo colombiano Armando Silva, la visualiza como una "red simbólica en permanente construcción y expansión" (1996) y el arquitecto ecuatoriano Fernando Carrión, la entiende como un "foro de comunicación y usuarios" (1996), así que, sin ir más lejos, de lo que se trata es de explorar en qué se concreta esta íntima y profunda relación entre ciudad y comunicación y dónde habría que poner los énfasis de una política pública que le apunte a la construcción de visiones compartidas, a la consolidación de la inserción de la ciudad en un mundo globalizado, al fortalecimiento del talante democrático de los ciudadanos y al bienestar colectivo y el desarrollo con equidad.

1. Ciudad comunicada y comunicadora

Algo va, para empezar, del concepto "ciudad comunicada" que parece sugerir como hilo conductor de la relación la apuesta por la infraestructura, por supuesto no solamente tecnológica sino también relacional, dedicada a hacer posible que los múltiples actores puedan comunicarse entre sí y con otros interlocutores a través de estrategias como la ampliación de cobertura de la conectividad o el impulso a medios comunitarios, a la idea de una "ciudad comunicadora" que alude a la responsabilidad que le cabe a la ciudad, y por consiguiente a sus actores públicos y privados, de utilizar esa infraestructura para construir sentido de identidad y pertenencia, de interacción y participación, de ejercicio de derechos y disfrute pleno de la dimensión pública citadina, de responsabilidad frente al cumplimiento de deberes, de goce de la vida y crecimiento personal, en últimas, de disfrute de la ciudad y de ciudadanía activa.

Una ciudad comunicada está conectada, una ciudad comunicadora sabe para qué se conecta; una ciudad comunicada le apuesta a la información, una ciudad comunicadora convierte la información en comunicación.

La propuesta de una ciudad comunicada es funcional, la de una ciudad comunicadora sistémica y estructural; además de responder al desafío tecnológico, la ciudad comunicadora asume un papel activo, se reta a sí misma y entiende su responsabilidad de emprender acciones concretas y concertadas entre todos los sectores, público, privado y de la sociedad organizada, encaminadas a crear contextos pedagógicos y comunicativos, busca favorecer interacciones articuladoras de sentido entre sectores e individuos, no deja la consolidación de imaginarios colectivos al azar sino que interviene para proponer los que considera más enriquecedores, favorece la interacción comunicativa de grupos, tribus, voces alternativas y conversa con ellas, entiende la comunicación como un bien público que le compete y actúa en coherencia con esta convicción.

Si la pedagogía ciudadana reclama una ciudad educadora (1) que se asuma como paideia donde se conjugan todas las formas de educación formal y no formal, pues como afirma el comunicador Jahir Rodríguez (2001): "La ciudad no es sólo un fenómeno urbanístico; está constituida por las sinergias que se producen entre las instituciones y los espacios culturales, que nos brindan la posibilidad de aprender en la ciudad; entre la producción de mensajes y significados y que nos permiten, al propio tiempo, aprender de la ciudad y, también, de su pasado y su presente, muchas veces desconocido" (2), la comunicación pública demanda una ciudad comunicadora que movilice y construya sentidos que fortalezcan la conciencia de lo público y enriquezcan la vida cotidiana.

Y cuando hablamos de comunicación pública, por supuesto, no estamos hablando particularmente de la que se establece entre gobierno y sociedad, la que construye agenda pública desde los medios, la que se hace desde la política, la que protagonizan los movimientos sociales o la que practican las entidades del sector público, sino de todas ellas articuladas en su común condición de interpelar sujetos colectivos y no obedecer únicamente a interacciones interpersonales, transcurrir en la esfera pública y estar comprometidas con lo que le conviene a todos de la misma manera para la dignidad de todos (Toro, 1990).

Hace unos años, en un trabajo sobre la comunicación en las entidades del sector público, en compañía del comunicador Omar Rincón y otros especialistas, llegamos a la conclusión de que: "el concepto de comunicación pública actualiza, en síntesis, la lucha de los sujetos por intervenir en la vida colectiva y en el devenir de los procesos políticos concernientes a la convivencia con "el otro" y por participar en la esfera pública, concebida ésta como el lugar de convergencia de las distintas voces presentes en la sociedad. En este sentido (decíamos), la comunicación pública denota la intrincada red de transacciones informacionales, expresivas y solidarias que ocurren en la esfera pública o el espacio público de cualquier sociedad (McQuail, 1998)" (3).

La definición me parece especialmente útil ahora, para entender que cuando hablamos de ciudad comunicada y comunicadora nos referimos a una ciudad que reconoce la validez de esa lucha de las personas por intervenir y participar en la vida colectiva y por poner a circular su propios sentidos y encontrar una forma de convivir con "el otro" y orienta su trazado y se organiza para que ello pueda suceder en condiciones de igualdad e inclusión.

A la ciudad le corresponde crear las condiciones, facilitar los procesos, constituir un entorno comunicativo que propicie y beneficie interacciones cargadas de sentido del individuo con su entorno inmediato y con el conglomerado al cual pertenece y en el cual transcurre su experiencia vital.

Por eso creo que debemos apostarle a ambos conceptos: una ciudad comunicada que sea a la vez ciudad comunicadora. Comunicada porque democratiza la infraestructura conectada con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, porque impulsa y protege expresiones y manifestaciones comunicativas de vocación comunitaria, popular y alternativa al tiempo que fortalece los medios de comunicación públicos y ofrece condiciones confiables para la iniciativa privada generadora de medios masivos competitivos y de calidad, porque abre sus puertas a la cultura y el arte y porque promueve el deporte y las expresiones comunicativas de sus habitantes. Y comunicadora porque busca movilizar, fortalecer imaginarios colectivos proactivos y dignificantes, facilitar la interacción y el encuentro entre las personas, construir identidad desde la estética y la cultura y convertirse en un lugar donde la gente quiera vivir y pueda ser feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario