miércoles, 6 de octubre de 2010

Una ciudad que construye comunidad: el baño público

(Cuarto extracto del texto de Jaramillo)
Nunca es bueno poner todos los huevos en una sola canasta, pero a pesar de que es una verdad de Perogrullo que aprendimos de la abuela y de la tía Rosita, parece que nunca la asimilamos y cada día concentramos más la apuesta comunicativa de manera casi obsesiva en las nuevas tecnologías y particularmente en Internet.

Soy el primero en afirmar que es una dinámica de la cual no podemos sustraernos y cuya potencia que apenas intuimos ha partido en dos la historia de la humanidad, sin embargo me pregunto si no estamos "soltando demasiado rápido la liana sin haber agarrado la otra", es decir, si por la apuesta tecnológica que aún no está medianamente resuelta estamos descuidando otras alternativas comunicativas que construyen comunidad.

Cada día me sorprendo más por la ansiedad obsesiva y casi neurótica de las empresas e instituciones que asesoro por descartar cualquiera otra opción diferente a hacer páginas web y dentro de ellas micrositios de todos los tamaños, colores y pelambres. Un alucinado, atiborrado y caótico espejismo virtual de interlocución con navegantes que según los indicadores más optimistas realizan visitas de minutos y que se mueven a la velocidad del rayo de uno a otro link, cabalgando ferozmente buscadores que les permiten echar ojeadas siguiéndole la pista a una palabra o a una necesidad sin importarles por donde pasan o a donde llegan. No conozco un indicador más iluso y poco elocuente que el contador de visitantes de un web site.

El consumo en aumento de estos medios no es garantía de densidad comunicativa. Ellos también pueden tener un efecto perverso que termina siendo factor de incomunicación. Un millón de solitarios soldados a los titulares de prensa en sus pantallas no hacen una comunidad que se reconoce, se ordena y tiene una opinión. De hecho, una de las grandes preguntas que tendremos que responder en un futuro no muy lejano, es cómo vamos a rescatar al ser humano de su celda de pantallas, audífonos, textos abreviados y comprimidos hasta exprimir tanto el jugo de su sentido que parecen pura cáscara con la mera apariencia de la fruta, marcas, códigos, lenguaje cifrado, automatización y anquilosamiento de nuestras facultades naturales para la interacción y el relacionamiento.

El hombre que empezamos a vislumbrar es onanista, se autosatisface en lo intelectual, lo emocional y lo lúdico. Conectado a la tecnología es solitario hasta en el sexo, se complace sin necesidad de una compañía real y física. La ciudad tiene que pensar y decidir de qué lado está; si refuerza y promueve este mundo de androides conectados a su entorno tecnológico autosuficiente, o si, aceptando que la sofisticación del entorno tecnológico es una dinámica necesaria e indetenible de la civilización que nos inventamos, asume la responsabilidad de contribuir al equilibrio y de intentar, en lo colectivo, promover otros escenarios a donde puedan llegar personas en busca de descanso de tanta autosatisfacción tecnológica para interactuar y encontrarse con otras personas.

Algo así como la playa o el baño público donde nos despojamos de tanta parafernalia y estrés y volvemos a ser los mismos de todas las épocas y todas las culturas, retozando felices y en grupo en el agua.

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