miércoles, 6 de octubre de 2010

Una ciudad que conversa


(Segundo extracto del articulo de Jaramillo)

Una ciudad comunicada y comunicadora es una ciudad movilizada, una ciudad movilizada es una ciudad que conversa, que debate y construye acuerdos fundados en imaginarios de pertenencia y reconocimiento.

La construcción de sentido compartido solamente es posible en democracia, donde se puede disentir sin condenarse, donde todas las voces tienen un tiempo y un espacio para expresarse en los momentos trascendentes pero también en el día a día. Porque la movilización es producto de una actitud, de una cultura participativa que concurre en libertad, apasionada y públicamente a la construcción de lo público (Toro, 1990) y que se disciplina a sí misma para poner en juego los argumentos y los intereses, para concertar y asumir compromisos de manera corresponsable (Jaramillo 2006).

Esta cultura participativa se construye en el barrio, en torno al corrillo de amigos que conversan y deciden emprendimientos en forma consensuada y solidaria, en las reuniones de vecinos, en la resolución cotidiana de conflictos por la vía de la argumentación y la negociación, en la lectura del día a día que se comparte generosamente y en el valor social que se le da a la palabra.

Por eso es imperativo promover la oralidad en nuestras ciudades, porque ella es el entrenamiento básico del discurso participativo y, por la misma vía, de la interacción comunicativa. La ciudad debe propiciar lugares y espacios de conversación, tanto en la política, la academia, el arte y la cultura, como en el espacio público. Los bulevares y cafés donde se puede pasar la tarde después de la jornada de trabajo son tan importantes como las salas de conferencias o los teatros y auditorios. La idea de la conversación pareciera pertenecer, sin embargo, a un pasado nostálgico impensable en el acelerado mundo de hoy en el que las personas no encuentran la manera de hacerle trampa al tiempo para reunirse a conversar, o lo hacen aparentemente, monologando apenas o comunicándose a base de monosílabos porque el estruendo del entorno está pensado para oír y no hablar.

Afortunadamente los jóvenes exploran otras formas de encuentro cuyo impacto en la construcción de lo colectivo apenas empezamos a vislumbrar y cada vez más reclaman del espacio público la opción de acogerlos para estar juntos y conversar. Deberíamos aprender de su manera de enredarse instalados en sitios públicos que sin publicidad o marketing terminan convertidos en epicentros de confluencia y encuentro de convocatoria más eficiente que la de cualquier movilización institucional o mediática.

Creo que hacen falta más espacios y escenarios pensados desde la planificación de la ciudad y desde una política pública de desarrollo cultural para el encuentro y la conversación, más restaurantes y cafeterías al aire libre, más parques de barrio cálidos y amables, mayor complicidad del espacio y del entorno urbano para "charlar" y "arreglar el país".

La fabula de Momo es la fabula del robo del tiempo. Lo que vacía de sentido la vida de los hombres grises es que siempre están tan activos, siempre tan ocupados, que nunca tienen tiempo para ellos mismos. El ocio, el tiempo para mirarse y "matar el tiempo" es un principio de vuelta hacia sí mismo que ayuda a recuperar el sentido. Y sí lo es en el plano individual, con mayor razón en el plano colectivo.

A ello contribuyen múltiples factores en torno a los cuales debe ser pensada la ciudad, desde la movilidad que puede resolver el drama de las horas inactivas y neurotizantes en el transporte público, hasta el ordenamiento territorial que puede visualizar zonas y lugares pensados para el encuentro, la conversación y la administración enriquecedora del ocio. El estandarte de la gran Metrópoli es la productividad aún a costa del ser humano, la insignia de la ciudad comunicada y comunicadora es el ser humano en pleno ejercicio de su capacidad de ser feliz y productivo.

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